miércoles, 18 de marzo de 2009




LA HISTORIA NO RETORICA
La hiena que se comio a otra hiena
Hace mucho tiempo atrás en un lugar cerca a Kensal. Iba a ser colgado un antropófago asesino de prostitutas. Pero todo condenado tenía derecho a un último deseo. El juez militar quien hace tres días se le había escapado una hija muy joven fue al palacio acompañado por cuatro hombres bien fuerte armados. Fue a visitar al caníbal para cumplirle su deseo. El caníbal enterado de que en la celda de al frente había un condenado a muerte por ahogar a treinta vírgenes del pueblo le pidió al juez que le diese ese hombre para que se lo comiese. El juez no accedió a esa petición por conciderarla aberrante. El asesino le dijo entonces que en su casa cerca a un cedro tenia enterrada a su hija. El juez enfurecido ingreso a la celda a golpear con una barreta de hierro al asesino. Piedad dijo el caníbal. Yo no asesine ni devore a tu hija porque era una virgen. Yo la encontré en la orilla del rió. Fue el quien la asesinó. Dijo el caníbal refiriéndose al condenado del frente. De aquella celda se le oía al condenado asesino de vírgenes reír eufóricamente. Si yo lo hice, yo lo hice. Esa noche llovía y ella estaba perdida en el bosque. Recuerdo sus enormes y hermosos ojos y la gargantilla de oro que colgaba de su cuello. El asesino de vírgenes saco de su bolsillo la gargantilla. Maldito demonio como pudiste. Le dijo el juez al condenado a muerte. También me quede con estos dos tesoros que aun siguen brillando. El asesino de vírgenes rozaba en su rostro los ojos arrancados de la hija del juez. Yo te matare con mis propias manos asesino. Dijo con ira el juez. No juez, démelo a mi. Ese es mi deseo y exijo que me lo concedan. Reclamaba el caníbal. No hay peor castigo que ser devorado vivo. Dijo el juez. Ordeno a sus hombres que pusieran al asesino de vírgenes en la celda del caníbal. Quiero ver como su carne es desprendida mientras grita de intenso dolor. Replico el juez. El antropófago lo esperaba con ansias. Y a penas el asesino de vírgenes fue puesto en la celda el caníbal le dio un mordisco en la mejilla arrancándole un pedazo, la sangre escurría hacia el suelo. La presa del dolor y encerrado con la bestia vanamente trataba de huir. Ensangrentado golpeaba los barrotes y suplicaba que lo dejaran salir. El juez y sus hombres aterrados abandonaron el lugar. Hambriento y frió el caníbal abrió la boca e incrusto sus dienten en el cuello del asesino de vírgenes. Fue tal la brutalidad que el antropófago despedazo el cuerpo para tranquilamente comérselo pedazo por pedazo empezando por la decapitada cabeza.